
Constituye la primera gran mansión ubetense que, con toda justicia, podemos otorgar el título de palaciega. Un extraordinario modelo de alcázar urbano torreado (de ahí su popular nombre), de cuya autoría y fecha de edificación es poco lo que podemos ofrecer con precisión.
En 1544 el capitán Andrés Dávalos de la Cueva y su esposa, doña Antonia de Orozco, firmaban escritura de Mayorazgo en Úbeda.
Nombrado Regidor de la ciudad, y una vez ingresado en la prestigiosa orden de caballería, Andrés Dávalos de la Cueva es investido Comendador de la misma, siendo también elevado al cargo de Corregidor de Murcia y Guadix.

En el interior, se encuentra un armonioso patio renacentista rodeado de doble arcada de columnas. La galería superior, con sus arquivoltas imbricadas, ofrece una atractiva alternancia de escudos y clásicos tondos. Un doble ábaco sobre los capiteles refuerza el carácter andalusí del mismo.
Su gran fachada debió ser labrada con anterioridad, en una fecha que no debió sobrepasar los años treinta del siglo. Posteriormente, y aún simultáneamente, debería estar levantándose el suntuoso patio.
Las torres, constituyen en el prototipo ideal de casa del XVI un elemento de prestigio. En situación de inestabilidad interna, es un baluarte de primera magnitud estratégica para la seguridad del clan.
En su planta baja, sobre un lienzo macizo, se abre la gran puerta de acceso, con arco de medio punto sobre impostas y un marcado dovelaje castellano. En sus enjutas, cincundados de láureas, dos bustos en relieve, uno masculino y otro femenino; sin duda un motivo ornamental frecuente en el Renacimiento, cual es la representación a ambos lados de la puerta de estos bustos apotropaicos, tomados de los Jeroglíficos de Horapolo, cuya función simbólica es la defensa de la misma.
Enmarca la portada dos columnas anilladas y estriadas en su parte inferior, con profusión de grutescos en sus fustes. A ambos lados de éstas, sobre gruesas mensulas, se elevan dos nuevas medias columnas que, atravesando los restantes pisos de la fachada, colaboran a conferir a la misma un marcado sentido de verticalidad.
Sobre el paramento de este primer cuerpo, al igual que en los restantes, encontramos abundante representación de conchas o veneras santiaguistas, morfema decorativo que, al igual que otros que a continuación analizaremos, nos alude a la condición de caballero de Santiago del fundador.
Este cuerpo está rematado por un clásico entablamento con friso de grutescos, elemento reiterativo en toda la fachada que, como ha señalado L. Müller,, por su sentido de lo híbrido y monstruoso, ofrece una infinita posibilidad combinatoria entre los seres que constituyen su base estructural.
Su segundo cuerpo, en el eje central de la portada, presenta un frontis semicircular, o "frontón de vuelta redonda", con decoración de rosetas en su intradós, y "putti" entrelazados en la arquivolta, blandiendo o haciendo sonar las trompetas de la Fama. En su tímpano, bajo celada y cimera, las armas de Dávalos y Orozco sostenidas por las figuras encadenadas de dos salvajes.
A ambos lados del frontis, dos bíforas ventanas separadas por parteluz. Éstas están apeadas sobre cornucopias, o cuernos de la abundancia enlazados. Es la plasmación alegórica de la Fortuna como compañera de la Virtud que representa Alciato en su emblema CXVIII. La de la derecha, por su parte, descansa sobre águilas afrontadas, símbolo de la inmortalidad del alma que alcanza lo celeste y, por extensión, alegoría de la inmortalidad del linaje.
Estos vanos, coronados por veneras, están flanqueados por sendos pares de balaustres, posiblemente inspirados de un modo directo -o indirecto- en la obra de Sagredo.
Sobre un ligero entablamento se alza el tercer cuerpo de la fachada, compuesto por un gran frontis triangular peraltado sobre breves balaustres, que alberga en su tímpano las armas de la familia.
A ambos lados, siguiendo los ejes de verticalidad colaterales, encontramos sendas veneras, a manera de superpuesto frontón, con la efigie de un Santiago Peregrino en su izquierda y un busto femenino -sin identificar- a la derecha. Tras éstos, dos nuevos vanos de arcos deprimidos, con columnas a ambos lados apeadas sobre mascarones.
En definitiva, una fachada que responde a presupuestos estilísticos netamente castellanos. Un prototipo de arquitectura señorial cuyo abigarrado repertorio iconográfico, también morfológico, desordenado y acumulativo, es expresión de exaltación de un linaje, evocación heráldica de un universo caballeresco.
Siguiendo un riguroso eje de axialidad, y antes de abordar el patio, se extiende el zaguán -hoy desfigurado-, amplio y cubierto (hasta hace apenas escasos años) por viguería sostenida sobre canes con tablazón mudéjar recortada.
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