El paisaje industrial de la provincia habla por sí solo del devenir del tiempo. Decadente y atractivo. Arqueología sociocultural, nostalgia de futuro, sombra y luz de Cádiz y sus circunstancias. La jornada que la Consejería de Cultura de la Junta consagró el pasado mes al Patrimonio Industrial congregó a varios miles de personas, y dio como resultado algunas ideas para el porvenir. La reconversión de la luz, entre las catacumbas del trabajo perdido y la cumbre del futuro ocioso. Con notable éxito, mediante visitas guiadas.
Casi un millar de personas, llegados en cinco autobuses o de modo particular, cerraron la jornada por todo lo alto. Torre de la Luz, más allá del Cádiz profundo, de Puntales a la eternidad, el día después del apagón en La Isla. Excitados y conmovidos, los visitantes proponían a viva voz ideas eléctricas. "¿Por qué no se aprovecha mejor este lugar?", cuestionaban ante el descubrimiento de la plaza interior de la torre, ideal para organizar conciertos, o la mera y maravillosa contemplación de la cúpula metálica que ofrece el pilón desde la base. Como quiera que Endesa no permite escalar hasta lo alto de la Torre, por cuestiones de seguridad, a través de la escalera de espiral que conduce hasta el infinito de Cádiz, los presentes conocieron una visión diferente de la aparentemente fría estructura. Admiración general. Fotos tiradas desde el mismo suelo. Alguien tendría que remodelar el ascensor, que lleva quince años inutilizado. Y que el vértigo se combate con imaginación. Trabajo por turismo.
Si la Torre de Luz eléctrica fue la estrella de la jornada en la Ciudad de la Luz natural, por así decirlo, no quedó muy atrás el complejo bodeguero de Bajo de Guía, en El Puerto de Santa María, donde los participantes recordaron los tiempos de bonanza industrial del siglo XIX, pasearon por el entorno de las bodegas Mora de Osborne y esquivaron las garras de la especulación urbanística, la misma que pende sobre dicho paisaje único desde hace años por mor de una política cicatera y hostil. El sector vitivinícola del marco no es lo que fue, ni el pesquero, ni por supuesto el industrial de la Bahía, de ahí que las visitas de ayer se mirasen con ojos distintos y se sintieran con sentidos opuestos al común. Qué decir de las sensaciones que produjo entre los asistentes la visita al Museo El Dique de Astilleros, un lugar tan fabuloso para conservar la memoria histórica laboral como incierto si se atienen los tiempos a una nueva amenaza de reconversión fullera.
Las salinas isleñas de San Vicente constituyen otro ejemplo de diversificación, entre la flor de sal, la salida del sol, el despesque en directo y el caviar del mar interior de la Bahía. Desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde, y tres horas más allá para quienes prefirieron concluir la jornada en la monumental Vía Verde de la Sierra, un mundo aparte, la gente tuvo la oportunidad de acordarse de las cigarreras, los hombres del dique, los vendimiadores de futuro o el primer reloj eléctrico de Cádiz. En la Fábrica de Tabacos de Cádiz, hoy Palacio de Congresos, se pudo ver, entrando por la calle Plocia, a Manzano, conservador del Alcázar de Sevilla, que mostró el edificio a un grupo de siete prestigiosos arquitectos. Y en la Torre de la Luz, a vecinos del viento y delineantes de la línea del cielo de Cádiz. Entre todos trazaron el perfil de la claridad de Cádiz, con fin de fiesta de alta tensión, a 160 metros de altura sobre el mar. Miles de lecturas permite el Patrimonio, que es de todos y de nadie en particular. El coordinador de la jornada, Miguel Ángel Valencia, satisfecho con los resultados, a falta de realizar un balance completo, y emocionado por la respuesta del público en general, considera que Patrimonio rima con desarrollo económico, con memoria y conciencia, y camina paralelo al signo de los tiempos, sean de pujanza o de declive.
Cada pedazo de ciudad encierra un factor determinante de su historia, sea pasada o futura. La gente, ayer, se dio un baño de luz, entre el suelo industrial y el cielo estrellado de otoño. Más cielo que suelo.
Cabe destacar que nuestra profesora del Geografia e Historia, Isabel Lerma, fue la encargada de explicar la visita de la Torre de la Luz.
Casi un millar de personas, llegados en cinco autobuses o de modo particular, cerraron la jornada por todo lo alto. Torre de la Luz, más allá del Cádiz profundo, de Puntales a la eternidad, el día después del apagón en La Isla. Excitados y conmovidos, los visitantes proponían a viva voz ideas eléctricas. "¿Por qué no se aprovecha mejor este lugar?", cuestionaban ante el descubrimiento de la plaza interior de la torre, ideal para organizar conciertos, o la mera y maravillosa contemplación de la cúpula metálica que ofrece el pilón desde la base. Como quiera que Endesa no permite escalar hasta lo alto de la Torre, por cuestiones de seguridad, a través de la escalera de espiral que conduce hasta el infinito de Cádiz, los presentes conocieron una visión diferente de la aparentemente fría estructura. Admiración general. Fotos tiradas desde el mismo suelo. Alguien tendría que remodelar el ascensor, que lleva quince años inutilizado. Y que el vértigo se combate con imaginación. Trabajo por turismo.
Si la Torre de Luz eléctrica fue la estrella de la jornada en la Ciudad de la Luz natural, por así decirlo, no quedó muy atrás el complejo bodeguero de Bajo de Guía, en El Puerto de Santa María, donde los participantes recordaron los tiempos de bonanza industrial del siglo XIX, pasearon por el entorno de las bodegas Mora de Osborne y esquivaron las garras de la especulación urbanística, la misma que pende sobre dicho paisaje único desde hace años por mor de una política cicatera y hostil. El sector vitivinícola del marco no es lo que fue, ni el pesquero, ni por supuesto el industrial de la Bahía, de ahí que las visitas de ayer se mirasen con ojos distintos y se sintieran con sentidos opuestos al común. Qué decir de las sensaciones que produjo entre los asistentes la visita al Museo El Dique de Astilleros, un lugar tan fabuloso para conservar la memoria histórica laboral como incierto si se atienen los tiempos a una nueva amenaza de reconversión fullera.
Las salinas isleñas de San Vicente constituyen otro ejemplo de diversificación, entre la flor de sal, la salida del sol, el despesque en directo y el caviar del mar interior de la Bahía. Desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde, y tres horas más allá para quienes prefirieron concluir la jornada en la monumental Vía Verde de la Sierra, un mundo aparte, la gente tuvo la oportunidad de acordarse de las cigarreras, los hombres del dique, los vendimiadores de futuro o el primer reloj eléctrico de Cádiz. En la Fábrica de Tabacos de Cádiz, hoy Palacio de Congresos, se pudo ver, entrando por la calle Plocia, a Manzano, conservador del Alcázar de Sevilla, que mostró el edificio a un grupo de siete prestigiosos arquitectos. Y en la Torre de la Luz, a vecinos del viento y delineantes de la línea del cielo de Cádiz. Entre todos trazaron el perfil de la claridad de Cádiz, con fin de fiesta de alta tensión, a 160 metros de altura sobre el mar. Miles de lecturas permite el Patrimonio, que es de todos y de nadie en particular. El coordinador de la jornada, Miguel Ángel Valencia, satisfecho con los resultados, a falta de realizar un balance completo, y emocionado por la respuesta del público en general, considera que Patrimonio rima con desarrollo económico, con memoria y conciencia, y camina paralelo al signo de los tiempos, sean de pujanza o de declive.
Cada pedazo de ciudad encierra un factor determinante de su historia, sea pasada o futura. La gente, ayer, se dio un baño de luz, entre el suelo industrial y el cielo estrellado de otoño. Más cielo que suelo.
Cabe destacar que nuestra profesora del Geografia e Historia, Isabel Lerma, fue la encargada de explicar la visita de la Torre de la Luz.
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